domingo, 3 de abril de 2011

Un recuerdo para la tía Tina

La tía era una de esas personas a quién no se puede trazar con adjetivos rimbombantes. Una mujer que inspiraba autoridad, pero también una profunda ternura. Ir a casa de la tía Tina era toda una aventura; mis hermanos y yo eramos unos salvajes por norma general. Pero en el momento de entrar a la casa de la tía, sabíamos que existía un decoro y una elegancia irrompible en el ambiente. La tía nos hacía pasar a la sala o a la cocina, primero servía un té, con elegancia y seriedad. Mucha gente aparenta elegancia y seriedad, aspiran a lograrla por medio de interminables protocólos absurdos. La tía no, en su casa la elegancia estaba sujeta al sentido común y al pragmatismo de lo cotidiano. Como experimentada maestra, sabía que era imposible lograr que tres niños se mantuvieran sentados y tranquilos por más tiempo que la duración del té con galletitas. Así que una vez terminado el té, nos permitía ir a explorar su patio, donde siempre había gatitos escondidos por algún rincón. Aprend mucho de la tía: a que no nos importe más que nuestra propia conciencia; que es más importante lo que uno hace que lo que aparenta; que la lectura es un placer a cualquier edad; que el té se toma en taza, que sólo los criollos parten los tallarines; que lo correcto no es democrático; pero, principalmente, que el sentido común es el capital más valioso de cualquier persona que aspira a tener una vida útil. La tía siempre esperaba, exigía, lo mejor de los demás. Ella te miraba y no veía la persona que eras, sino a aquella persona que tenías las capacidad y el potencial de ser. Ella no le daba permiso a nadie de sumirse en la autocompasión para huír de los deberes, ella sabía que la mejor versión de nosotros mismos es aquella que todavía no somos, y que la vida consiste en seguir hacia adelante, siempre hacia adelante, siempre buscando más. Así vivió su vida, tratando de ser la mejor versión de sí misma. Era fuerte, porque la vida se lo exigió. Tenía carácter, porque conoció muy de cerca los retos de ser mujer y defenderse sola. Supo lo que era el sacrificio y su valor real. Era una mujer de las que ya quedan pocas; real. De su memoria prodigiosa he recibido recuerdos e historias, de sus manos recibí uno de mis primeros libros. La tía no sabía lo que eran los falsos pudores, pero tampoco aceptaba el exhibicionismo. ¿Cómo describir a la tía? Una oda cursi es precisamente el tipo de cosa que ella no me hubiera permitido. A partir de mañana, sin ella, el mundo será menos justo, menos ecuánime, menos real. En un día triste como hoy, quiero verme en el espejo, no de lo que soy, sino de lo que ella veía—la mejor versión posible de mí misma. Salud, Tía, te vamos a extrañar…

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