El
escritor estadounidense David Foster Wallace, decía (y estoy parafraseando de
una manera bastante simplista) que si el cinismo y la incredulidad se habían
convertido en la actitud oficial, “mainstream” de la cultura occidental, entonces
tal vez los ”rebeldes” seríamos los optimistas, los emocionales, los
románticos. Los que todavía miramos al mundo con esperanza.
Independientemente
de las ideologías políticas o religiosas, para mí, hoy es un día para
reflexionar acerca del hecho de que, en este mundo, no estamos solos. En nuestras casa, escuelas, iglesias,
comunidades tenemos que interactuar con nuestro prójimo. Todos vivimos en este
país, en este continente, en este planeta, en este “barco” al cual le falta dirección, y si no
empezamos a trabajar juntos para mantenerlo a flote, vamos a zozobrar, TODOS
juntos.
El
dinero, los bienes materiales, el prestigio no puede darnos nada más que una
satisfacción temporal; las acciones más
pequeñas y nuestro comportamiento con la gente que nos rodea, ya sean familiares,
amigos, compañeros de trabajo, vecinos o la señora que nos atiende en la
farmacia van a ser el verdadero indicador de nuestro carácter, de nuestro
espíritu.
Me
parece que ya es hora para dejar de anestesiarnos con zapatos, televisores,
iPhones, comida, alcohol, carros y armas, y aceptar que lo único verdadero y
significativo que existe en nuestras vidas, son las personas que nos aman y a quienes
amamos. Inclusive, las personas que
intervienen en nuestras cotidianidad de manera tangencial, forman parte de ese
gran mosaico que es nuestra vida. Cada escena en la que hemos sido crueles,
injustos, egoístas, violentos, deshonestos con alguien es una manera de perder
voluntariamente el derecho a tener ciertas expectativas de los demás. Es mucho
más fácil ser cínico. Ser cínico implica que anulamos las expectativas que los
demás tienen acerca de nosotros mismos ya que nosotros no esperamos nada de
ellos. Llevamos más de medio siglo de
cinismo consistente en el discurso cultural… y no nos está resultando muy bien
que digamos.
La
celebración de la Navidad, es en sí misma la celebración del nacimiento de unos
ideales que a muchos nos resultan a veces conflictivos: “amar al prójimo como a
uno mismo” y “poner la otra mejilla”. Esas dos propuestas, por simples que
parezcan, resultan radicales. Si por un
minuto, ponemos a un lado la perorata de
cómo y con quién las religiones organizadas practican o no la caridad. Sólo por
un minuto, mirar estas dos ideas como si fueran postulados de ética propuestos
por un filósofo cualquiera.
Amar al
prójimo como a uno mismo, bien podría estar parafraseando las ideas del
“karma”. Más allá de eso, el amor es un
sentimiento que no sólo enaltece al ser humano, sino que también lo hace más
feliz. El ser humano invierte demasiadas
energías en “protegerse” de los demás. Nuestro miedo visceral a ser juzgados,
maltratados, heridos, atacados o traicionados hace que caminemos por el mundo
con el corazón escondido debajo de capas y capas de manías, protocolos y
neurosis que solamente sirven para mantener a los demás a raya, y todo eso
requiere demasiada energía, un esfuerzo, una cierta alerta mental que resulta
agotadora. ¿Por qué se nos hace tan pesado y exhaustivo ir a trabajar? Muchas
veces, durante las vacaciones, realizamos actividades que requieren mucho más
esfuerzo físico que los que hacemos a diario, sin embargo no invertimos tantas
energías en “protegernos” de los demás. Si amaramos al prójimo, o por lo menos
si no lo odiáramos o no le temiéramos, tendríamos más energía para invertir en
ser felices. Inclusive, muchas veces es la competencia con los demás la que impide
que los identifiquemos como “prójimo”.
“Como a
sí mismo” dice muchas cosas, no solamente sobre la intensidad del amor que uno
debe demostrarle a los demás, sino también con el que se debe tener hacia uno
mismo. Si no te amas, respetas, admiras y sientes compasión hacia ti mismo,
entonces amar al prójimo de esa manera no dice mucho. DFW decía—y nuevamente
estoy parafraseando de una manera simplista—que las personas deberíamos tener
por nosotros mismos la misma capacidad de compasión que somos capaces de sentir
por los demás. Si pensamos en un momento de nuestras vidas que hemos sido
sinceros, éticos, bondadosos, cariñosos y comprensivos con otro ser humano y
pudiéramos manifestar esos sentimientos hacia nosotros mismos, podríamos
perdonarnos y superar todas esas culpas con las que muchas veces cargamos.
Verme, a mí misma, como un prójimo hacia el cual se debe sentir compasión y
afecto. Tal vez así sería más fácil sentir compasión y afecto por los demás.
En fin,
sentir compasión y afecto por uno mismo y por el mundo, tal vez sería posible,
entonces, hablar de un mundo mejor.
“Poner
la otra mejilla” para muchas personas es sinónimo de ser pendejo y dejar que te
jodan la vida. Sé que esta es posiblemente una de las ideas más radicales y
más difíciles de asimilar en esa propuesta filosófica. Mirar a una persona que
te ha herido, traicionado, humillado, insultado, difamado o perjudicado de
alguna manera y arrancar de tu corazón los sentimientos de odio, ira, rencor o
resentimiento. Pienso—y esto soy yo—que la razón por la cual es tan difícil
perdonar consiste en la imposibilidad de realmente SENTIR el perdón. Tal vez el
ejercicio de perdonar funcione al revés de cómo lo intentamos tradicionalmente.
Esperamos el momento en que SENTIMOS que hemos perdonado para ACTUAR como si
hubiésemos perdonado. Hacerlo al revés tal vez parezca hipocresía. Mi pregunta
es: ¿Cuál es el indicador más auténtico de nuestro carácter, nuestros sentimientos
o nuestra voluntad? Pocas veces tenemos un verdadero control sobre los
sentimientos que nos invaden, sin embargo todos los días tomamos decisiones que
a veces contravienen nuestros sentimientos: nos levantamos de la cama aunque
quisiéramos seguir durmiendo; no comemos un postre que deseamos por tener
cuidado con el azúcar; respetamos una luz roja y otras leyes de tránsito aunque
tengamos prisa; nos controlamos cuando quisiéramos golpear a alguien. Y si
perdonar fuese un ejercicio de voluntad que eventualmente conduce al
sentimiento. Una autora española, Mercedes Salisachs, propone—parafraseo
torpemente—que a veces el amor no se siente sino que se practica. Nuestros
sentimientos no significan nada si no actuamos a su respecto. Perdonar, tal
vez, es un sentimiento que se alcanza a través de su ejercicio. ACTUAMOS como
si hubiésemos perdonado—porque eso es lo que hemos decidido hacer, eso es lo
que nuestra voluntad dispone—y eventualmente SENTIMOS el perdón. Una persona muy querida y muy
sabia me dijo una vez “tú no puedes perdonar más de lo que has sido perdonada”
y tal vez para poder “poner la otra mejilla”
es importante perdonarnos a nosotros mismos. Convertir la compasión en
un ejercicio desde adentro hacia el resto del mundo, comenzando por uno, luego
por aquellos más cercanos a nosotros—cuyas traiciones y ofensas duelen más—y
finalmente a los desconocidos.
Tal vez
esto que aquí escribo sea sólo un montón de palabras y no creo que trasciendan
más allá de ser un manifiesto para mí misma, una decisión que tomo todos los
días sobre mi papel en el mundo, en la vida de quienes conmigo se cruzan. Pero
con dos o tres personas que tomen esas mismas decisiones, tal vez podamos—como
dice Coca Cola—volver a jugar a que salvamos al mundo.
FELIZ
2013!!!!!!!