Quiero contarme mis recuerdos, antes de que se me olviden:
Las veredas de mi provincia son distintas. Parecen el piso de una casa inmensa. Tienen un color entre marrón y mostaza hecho de losas pequeñas. En otoño caen de los árboles unas flores que sueltan un polvo amarillento, luego oscuro. Las mujeres barren las veredas por la tarde, después de dormir la siesta.
El Sol de la siesta también es diferente, se cuela mañoso entre las persianas como si él también tuviera sueño. Uno sólo siente ganas de quedarse tomando mate.
El mate sabe amargo, como un té bien cargado. lo primero que se siente es el agua caliente en la punta de la lengua con ese sabor a yerba amarga que tarde o temprano termina por gustarle a uno. El sabor del mate es como estar mirando la tierra, olerla, tocarla. El olor del mate es estar sentada junto a mis tías, por la tardecita, después de la siesta, hablando en voz baja para no despertar a los que todavía duermen. El sonido del mate es el de la provincia tranquila, los autos guardados, la gente en su casa. Es el sonido de pasarse la tarde conversando, con el televisor apagado, la radio apagada. El color del mate es como el sol que se cuela para recordarte que todavía es de día. El día es más largo y de repente te parece haber estado allí por años, tomando mate.
La tarde huele a un pedazo de pan puesto a tostar, cubierto con dulce de leche.
Así se me iban los días, después de la siesta, el día se me escapaba tomando mate, hablando con las tías, con los primos. Mis tíos siempre aprovechan para dormir un poquito más de siesta, mientras las tías conversan con las sobrinas llegadas de afuera.
Los chicos van al cyber, a jugar, a conversar, a correr, a boludear un poco porque para eso son chicos.
Mi tía ceba el mate mientras me cuenta historias que ha acumulado toda la vida, su fe, sus supersticiones, sus alegrías, algunas penas.
¿Será que la gente de provincia tiene menos penas? ¿Que las afrontan mejor? ¿que no se sienten morir todos los días porque no viven metidos dentro de cajas categóricas?
Una de mis tías aprovecha para leer mientras los chicos duermen siesta. Se toma un mate, o un café, lo que sienta ganas de tomar. Vive. Mi tía sabe que uno sufre todos los días, se preocupa todos los días y también puede tomar mate todos los días.
Mis primos se despiertan y juegan, toman la merienda, hacen los deberes de la escuela, se ríen. No hay mucha televisión que ver así que no se pelean por cambiar el canal.
Los más grandes salen, se juntan con los compañeros de curso o los amigos del barrio, conversan, se hacen los grandes. Cuentan cuentos, a lo mejor no son verdad y, ¿a quién le importa?
En la calle venden praliné caliente. Toda la avenida Libertador huele a praliné caliente y gente recién despierta que va de vuelta al trabajo después de hacer siesta.
Algún chico seguramente compra un alfajor en el kiosco de la esquina. La gente se encuentra en las veredas, conversa. Llega un ómnibus y se despiden. El que va a pie sigue caminando.
En la esquina, un tipo vende medias, fósforos, guantes, porta-DNI y algún otro cachivache inservible que la gente ignora mientas camina.
Alguna señora va a la carnicería.
En la plaza frente a la catedral, los hippies venden bufandas de lana que tejieron a mano, pulsera, collares, aros que hicieron ellos mismos. Todos acomodados sobre alguna tela. Toda la plaza 25 de mayo es una improvisada feria artesanal. Si uno levanta la vista, la cordillera gris se impone detrás de los edificios y los árboles.
Por la tarde, La calle también huele a panadería. Facturas recién sacadas del horno mientras las señoras hacen fila en la caja. Las compran por docenas para llevarlas a casa de una amiga, de un hijo, de los nietos; las invitaron a tomar mate.
En la plaza algún estudiante melenudo ha sacado la guitarra y toca canciones por un par de pesos o para entretener a los amigos.
En un café dos señores piden al mozo que les traiga un café. Conversan en voz alta, saludan a otro que va llegando. Se sienta también a la mesa, se cuentan novedades, o lo mismo de siempre; la economía, el presidente, los diputados, el fútbol, River y Boca, el mundial, las noticias del flaco Gómez que vive en España, el fútbol, los maestros, los hijos.
En el cyber, mi primo compra una Coca-Cola y pide vasos. le convida a los amigos, hacen una fiesta con un poco de gasesosa.
En la peatonal, frente a las tiendas, la gente pasa, se reconoce, se saluda, sigue.
Yo estoy mirándolos a todos, sorprendida, han pasado quince años, pero me acuerdo. No ha cambiado. Camino yo también por la peatonal, esperando que alguien me reconozca, me salude, pero no, quince años es mucho tiempo. Yo tampoco reconozco a nadie.
El Sol de la siesta también es diferente, se cuela mañoso entre las persianas como si él también tuviera sueño. Uno sólo siente ganas de quedarse tomando mate.
El mate sabe amargo, como un té bien cargado. lo primero que se siente es el agua caliente en la punta de la lengua con ese sabor a yerba amarga que tarde o temprano termina por gustarle a uno. El sabor del mate es como estar mirando la tierra, olerla, tocarla. El olor del mate es estar sentada junto a mis tías, por la tardecita, después de la siesta, hablando en voz baja para no despertar a los que todavía duermen. El sonido del mate es el de la provincia tranquila, los autos guardados, la gente en su casa. Es el sonido de pasarse la tarde conversando, con el televisor apagado, la radio apagada. El color del mate es como el sol que se cuela para recordarte que todavía es de día. El día es más largo y de repente te parece haber estado allí por años, tomando mate.
La tarde huele a un pedazo de pan puesto a tostar, cubierto con dulce de leche.
Así se me iban los días, después de la siesta, el día se me escapaba tomando mate, hablando con las tías, con los primos. Mis tíos siempre aprovechan para dormir un poquito más de siesta, mientras las tías conversan con las sobrinas llegadas de afuera.
Los chicos van al cyber, a jugar, a conversar, a correr, a boludear un poco porque para eso son chicos.
Mi tía ceba el mate mientras me cuenta historias que ha acumulado toda la vida, su fe, sus supersticiones, sus alegrías, algunas penas.
¿Será que la gente de provincia tiene menos penas? ¿Que las afrontan mejor? ¿que no se sienten morir todos los días porque no viven metidos dentro de cajas categóricas?
Una de mis tías aprovecha para leer mientras los chicos duermen siesta. Se toma un mate, o un café, lo que sienta ganas de tomar. Vive. Mi tía sabe que uno sufre todos los días, se preocupa todos los días y también puede tomar mate todos los días.
Mis primos se despiertan y juegan, toman la merienda, hacen los deberes de la escuela, se ríen. No hay mucha televisión que ver así que no se pelean por cambiar el canal.
Los más grandes salen, se juntan con los compañeros de curso o los amigos del barrio, conversan, se hacen los grandes. Cuentan cuentos, a lo mejor no son verdad y, ¿a quién le importa?
En la calle venden praliné caliente. Toda la avenida Libertador huele a praliné caliente y gente recién despierta que va de vuelta al trabajo después de hacer siesta.
Algún chico seguramente compra un alfajor en el kiosco de la esquina. La gente se encuentra en las veredas, conversa. Llega un ómnibus y se despiden. El que va a pie sigue caminando.
En la esquina, un tipo vende medias, fósforos, guantes, porta-DNI y algún otro cachivache inservible que la gente ignora mientas camina.
Alguna señora va a la carnicería.
En la plaza frente a la catedral, los hippies venden bufandas de lana que tejieron a mano, pulsera, collares, aros que hicieron ellos mismos. Todos acomodados sobre alguna tela. Toda la plaza 25 de mayo es una improvisada feria artesanal. Si uno levanta la vista, la cordillera gris se impone detrás de los edificios y los árboles.
Por la tarde, La calle también huele a panadería. Facturas recién sacadas del horno mientras las señoras hacen fila en la caja. Las compran por docenas para llevarlas a casa de una amiga, de un hijo, de los nietos; las invitaron a tomar mate.
En la plaza algún estudiante melenudo ha sacado la guitarra y toca canciones por un par de pesos o para entretener a los amigos.
En un café dos señores piden al mozo que les traiga un café. Conversan en voz alta, saludan a otro que va llegando. Se sienta también a la mesa, se cuentan novedades, o lo mismo de siempre; la economía, el presidente, los diputados, el fútbol, River y Boca, el mundial, las noticias del flaco Gómez que vive en España, el fútbol, los maestros, los hijos.
En el cyber, mi primo compra una Coca-Cola y pide vasos. le convida a los amigos, hacen una fiesta con un poco de gasesosa.
En la peatonal, frente a las tiendas, la gente pasa, se reconoce, se saluda, sigue.
Yo estoy mirándolos a todos, sorprendida, han pasado quince años, pero me acuerdo. No ha cambiado. Camino yo también por la peatonal, esperando que alguien me reconozca, me salude, pero no, quince años es mucho tiempo. Yo tampoco reconozco a nadie.
3 comentarios:
anahí:
Este Primer Recuerdo tiene un ritmo ensordecedor que gusta y deleita.
Saludos desde La tribu
Gracias Luis pero yo, desafortunadamente, hablando de dulce de leche y mate, no consigo que mi blog le de hambre a la gente así como el tuyo.
Suerte con el maratón de lectura aka: CLT-725
Bueno, a mi me dio unas ganas de tomar mate y comer facturas INCREHIBLE! no te haces una idea! Y apesar de que aca en NY hay facturas y se consigue mate en uno que otro colmado, NO HAY NADA COMO MI TIERRA! hace falta el frio que te seca la piel y ponerse debajo del solcito en la siesta! Mientras miras a las vecinas afanadas (o empleadas)limpiando la vereda para que al ratito venga un vientito y les ensucie todo devuelta. NO ES LO MISMO EN NINGUN LADO
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