Resultaría difícil negar que el entorno geográfico es probablemente la matriz misma de la historia del Caribe. La geografía define la fauna y la flora, define los accidentes topográficos que sirven de testigos al desarrollo de un pueblo, o de varios pueblos. A su vez, los seres que habitan una zona determinada, son matizados por el paisaje que observan cada día.
Cuando el cacique Enriquillo quiso mantener una resistencia retirada del mundo colonial, la geografía le sirvió de manto protector, si el invierno de una zona desconocida fue capaz de apagar en fuego conquistador de Napoleón, es indudable que la geografía juega un papel protagónico en la historia a la que se circunscribe. Por lo tanto, separar la historia de un país de su geografía sería imposible hasta para el más hábil sociólogo.
De la misma manera estos dos factores forman la columna vertebral de la identidad y la cultura de un pueblo. Cada batalla librada, cada conquista, cada cambio de soberanía o desastre natural trae consigo una readaptación de la realidad para quienes lo sufren. Y esos cambios van dejando cicatrices en la identidad y en la cultura del pueblo. Por tomar un ejemplo, el Lamento Borincano de Rafael Hernández retrata un momento determinado en la realidad histórica puertorriqueña. Y esta canción encuentra congruencia con la producción literaria y artística que fija sus ojos en ese momento de crisis en la isla.
La literatura, el arte, la música y todas las manifestaciones artísticas son el producto de la sensibilidad del artista que observa su realidad, independientemente de la aproximación de éste a esa realidad. Inclusive una obra de evasión encuentra eco en la realidad en la cual se produce.
Por lo tanto, el paisaje (la geografía), la historia y la cultura van a ser elementos presentes en la producción literaria de un pueblo, aunque esa presencia sea sólo de tangencia psicológica. Un escritor caribeño siempre va a sentir el mar, aunque sea a través de su ausencia.
Como compañeras de accidente geográfico, la mayoría de las antillas también comparte una realidad histórica. Su situación las ha hecho tierra de migraciones desde los primeros grupos étnicos que las habitaron. Con la llegada de los españoles, esta condición de eterno puerto de llegadas y salidas se afianzó, tomando matices diferentes según el caso. En el caso de Cuba, Rep. Dominicana y Puerto Rico, la remanencia del poder español hasta finales del Siglo XIX y el idioma, permite que se conviertan en herederas de tres grupos principales: los españoles, los taínos y los africanos. Esta herencia compartida en diferentes proporciones da factores culturales comunes: una identidad étnica distinta a la del resto de América, un contacto artístico y rítmico con el mar que se manifiesta en español. El idioma, que establece una barrera de separación frente al resto de las antillas, sirve como hilo comunicador.
A finales del Siglo XIX y principios del XX surge la necesidad de definirse nacionalmente en el continente americano que expulsaba de sus tierras el dominio europeo. Y en estos accidentes históricos que padecen las tres, su historia se separa como la de hermanas que llegando al umbral de la adultez, siguen caminos distintos sin dejar de compartir una herencia común.
República Dominicana comienza una trayectoria pedregosa hacía una independencia siempre amenazada por la frontera con Haití. Cuba se hace independiente bajo el sometimiento económico de los Estados Unidos, hasta la aparición política de Castro y su Revolución. Puerto Rico se sumerge en una ambivalencia colonial que es una especie de limbo político. Y todas estas trayectorias siempre bajo el ojo vigilante de alguna potencia extranjera que tiene el ojo de su bolsillo en el Caribe.
La naturaleza, la búsqueda de la identidad y el exilio son, probablemente, los tres temas más recurrentes en la literatura de las antillas hispanas.
La condición climatológica y geográfica del Caribe permite que la naturaleza se desborde con exhuberancia en un prismático poema visual digno de la envidia de cualquier pueblo que tenga que rogarle a los cielos por un poco de lluvia. Esa misma naturaleza se convierte en anfitriona a una gama incontable de animales de todas las nomenclaturas. La literatura, que puede verse afectada por el siniestro carácter de un invierno y la tristeza de la niebla, no es inmune a la alegría poliforme del paisaje caribeño.
Como víctima de las trasmutaciones políticas y económicas de la historia caribeña, la identidad del antillano también ha necesitado un estudio sensible de su condición frente al mundo. Por eso, el escritor antillano vive en un peregrinaje que va de lo étnico a lo histórico buscando su rostro en el reflejo del mar.
Estos mismos cambios históricos han creado oleadas migratorias que, de una isla a la otra y hacia otros continentes, añoran el terruño patrio desde orillas extranjeras. Y sin esa añoranza natural de todo aquel que se separa de la tierra que llama suya, Noel Estrada no hubiera dejado su corazón En Mi Viejo San Juan, y José Gautier Benítez no hubiera añorado la extensa bahía. Y la naturaleza resulta omnipresente en el recuerdo del que extraña su patria caribeña.
La literatura del Caribe es tan particular que representa e un ente en sí mismo, diferente a la literatura de otras partes de América. En el caso de las antillas hispanas, la realidad casi mágica del entorno, hace que todos los movimientos literarios se impregnen del sabor a mar y naturaleza. Ese contacto con el entorno, esa relación íntima con la madre tierra es una herencia de los taínos, también se pueden escuchar palabras de origen indígena en el habla caribeña.
Por su puesto, los españoles trajeron el idioma, instrumento básico de trabajo para cualquier literatura y el trazo más importante de la identidad hispana. De la misma manera, existen tradiciones y costumbres que son innegablemente un legado ibérico. La tradición literaria española se continúa en América y en el Caribe las crónicas son el génesis de una literatura propia.
Y la herencia africana presente en la cultura y la literatura del caribe es la musicalidad cadente en la utilización del lenguaje, eso a lo que Luis Rafael Sánchez le llama “el son”. Un ritmo sonoro en el lenguaje que se refleja en la producción literaria en el eterno romance del escritor caribeño con la poesía.
Con tres diferentes aproximaciones al problema de definir el Caribe, los tres autores encuentran puntos comunes. La diversidad étnica y cultural es un elemento muy de moda en la cultura cosmopolita debido a los ánimos globalizantes, sin embargo, el Caribe es pionero en materia de diversidad. Y este aspecto innegable de la identidad caribeña, no es olvidado por Soto, Sánchez y Benítez Rojo. Al mismo tiempo, los tres difieren en cuáles son las características que los tres grupos étnicos principales aportan a la identidad caribeña.
Benítez Rojo y Sánchez coinciden en la presencia del elemento africano en la identidad antillana, Soto hace una mera referencia a ese factor como un hecho dado. Sánchez le adjudica a la “prietud” el gusto por el son que tiene todo habitante del Caribe. En enfoque de Sánchez es más ligero y artístico de los tres. En “Las señas del Caribe” hay también una preocupación por el trabajo del lenguaje, y aunque es un ensayo, tiene a veces sabor a esa poesía cadente de la que él mismo habla. Justifica la forma el fondo del ensayo, no puede hablar del son y la cadencia del Caribe sin permitir que el análisis mismo se deje permear por ellos. Y por lo tanto, los argumentos ensayísticos parecen versos:
Apego esclavizado al son
La naturaleza caribeña tiene más sones placenteros que la guitarra
La prietud permanece como la señal que hermana los piélagos antillanos
El son, la prietura y la errancia se postulan como la bandera del Caribe entero Y esa última cita da pie a otro punto de convergencia con el ensayo de Benítez Rojo, el nomadismo antillano. Pocos pueblos de el mundo se pueden identificar tan profundamente con el carácter migratorio como el pueblo caribeño. Desde la época prehispánica, los habitantes de las Antillas han tenido en las orillas del mar una barrera de comunicación y una puerta de tránsito abierta en todo momento. Las costas isleñas sirven de excusa para el aislamiento y al mismo tiempo una eterna invitación al viaje. El desencanto con la realidad del isleño se puede solucionar con una improvisada barcaza. Por eso, la errancia va a ser una cicatriz constante en la identidad del Caribe.
Pedro Juan Soto comienza haciendo un análisis algo cínico y a la vez triste de la vida del habitante de las Antillas. “El caribeño se resigna a padecer una existencia precaria”, es una de las frases con las que comienza a desarrollar un panorama poco alentador de la situación del Caribe. Y con una analogía en la cual utiliza el deporte y la música como factores de referencia, propone que “el deporte representa para el isleño la búsqueda de prominencia internacional”. En resumidas cuentas algo que define al Caribe, según Soto, es la búsqueda de la identidad, algo que los diferencie del resto del mundo y ese peregrinaje para encontrarse son la identidad, forma parte de la identidad misma: “entre contradicciones que padezco y detesto, me hallo –para bien o para mal-, mientras intento prevalecer”.
Benítez Rojo presenta al Caribe como un mosaico montado con la técnica del Caos. El Caribe es para él, una acumulación de diferencias que dan la impresión de estar mezcladas, pero si lo estuvieran por completo, no serían diferencias. La diversidad es la norma y aunque su análisis está caracterizado por un enfoque más científico, coincide con el elemento sonoro que menciona Luis Rafael Sánchez. Toda la teoría de Benítez Rojo se fundamenta en la dinámica del Caos. El mar Caribe se convierte en el génesis, la matriz de las dinámicas económicas modernas, del capitalismo mismo y hasta del océano Atlántico y aunque parece una tesis hiperbólica, los argumentos que presenta resultan convincentes. La errancia, al búsqueda de la identidad isleña, el ritmo, la prietud, y el sincretismo forman parte de los elementos del Caos en “La isla que se repite”. Para mí, la búsqueda de la identidad es el más fuerte de todos los elementos que definen al Caribe porque es el punto mismo que da razón de ser a estos tres ensayos y al intento de definir el Caribe, es un dilema que se genera a sí mismo, la contestación da pie a la pregunta en un círculo que nunca se cierra: parte de la identidad del antillano es la búsqueda de la identidad.
Quizás somos todos seres rotos, Frágiles, Tratando de caminar sosteniendo Nuestros pedazos de humanidad, Con la esperanza de no deshacernos en la marcha, Buscando aquello que nos sostiene En una pieza.
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