lunes, 18 de abril de 2011

Realidad: 1 -Ficción: 0

Una amiga me cuenta que alguna vez escribió un cuento donde un padre le quema las manos en una hornilla a su hijo. Cuando leyeron el texto en el taller de narrativa que mi amiga tomaba, le dijeron que era inverosímil. ¿La ironía? Mi amiga había tomado la idea del titular de un periódico local. Para cualquier ávido lector de ficción, un periódico resulta la mejor pieza de ciencia ficción jamás creada. ¿Qué hacemos, entonces, con la ficción? ¿Qué historia puedo yo inventarme que resulte novedosa, cuando las primeras planas de los rotativos harían escandalizarse al mismísimo divino Marqués de Sade? Peor todavía, la influencia de la televisión hace que nos obstinemos con la ficción estética. Un gran escritor norteamericano, David Foster Wallace, insistía en que la literatura debía revelarse contra la estética televisiva: I want to convince you that irony, poker-faced silence, and fear of ridicule are distinctive of those features of contemporary U.S. culture (of which cutting-edge fiction is a part) that enjoy any significant relation to the television whose weird pretty hand has my generation by the throat. I'm going to argue that irony and ridicule are entertaining and effective, and that at the same time they are agents of a great despair and stasis in U.S. culture, and that for aspiring fictionists they pose terrifically vexing problems. Como Wallace nombra la “linda y rara mano de la televisión” ha creado un estandarte para que el concepto idiosincrásico de ficción se dicte por unas reglas estúpidas y preciosistas, aka: ficción autoayudística y la ocasional telenovela de Telemundo. Aunque la literatura latino americana se precia por la crudeza y el horror social, la mayoría de los escritores la tratan con un cierto pudor. En cambio, los periódicos locales se regodean en lo perturbado y macabro. Gozan detallando los flujos de sangre e inmundicia. Frente a esta realidad, ¿qué se puede inventar la ficción?

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