Hablando de la Real Academia y otras intransigencias, saque todo el mundo su vigésima edición (2001) de su diccionario de la susodicha.
¿Ya lo encontraron?
Bien, Busquen bajo la I.
interviuvar.
(De interviú).
1. tr. Mantener una conversación con una o varias personas, para informar al público de sus respuestas.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Bueno gente, entonces ahora háganme el favor de dejar la compu, el celular, la televisión, el Wii ( o como se llame), enfoque la vista en algo que no tenga forma de pantalla (de ningun tipo), aproveche que tiene seres humanos vivos (casi), pensantes (esperemos), hablantes (la mayoría en exceso) y deje que la palabras fluyan, pregunte las cosas que quiere saber .
Repitan conmigo:
Yo interviuvo
Tú interviuvas
Vos interviuvás (que bueno que no se olvidaron del cono sur)
Él, ella interviuva
Nosotros interviuvamos
Vosotros interviuváis
Ellos, ellas interviuvan
Gente, interviuven a su prójimo!
Quizás somos todos seres rotos, Frágiles, Tratando de caminar sosteniendo Nuestros pedazos de humanidad, Con la esperanza de no deshacernos en la marcha, Buscando aquello que nos sostiene En una pieza.
viernes, 29 de junio de 2007
jueves, 21 de junio de 2007
Tercer Recuerdo
Algunos de mis recuerdos son prestados, no creo que el recuerdo le pertenezca absolutamente a nadie.
No sé, muchas veces, dónde comienzan los recuerdos y terminan los sueños de mi infancia.
En el patio de mi casa, mamá tenía plantadas zanahorias, té y había un árbol de ciruelas. Cuando queríamos un té, arrancábamos las hojas y las poníamos a hervir con agua. A veces yo me equivocaba, no sabía distinguir la hoja del té de los otros yuyos que tenía alrededor y que nunca supe para qué servían. Mamá tenía que salir al patio a buscar las hojas de té porque, de otra manera, nos íbamos a tomar una infusión de yuyo silvestre.
Me encantaba arrancar las zanahorias de la tierra para ver de qué tamaño estaban. Si no me parecían bonitas, las volvía a enterrar, esperando que mamá no se diera cuenta.
Cuando era temporada de ciruelas, me subía con mis hermanos al árbol para arrancarlas, las comíamos allí mismo, en el patio.
Cuando mamá salía a buscar las ciruelas, pensando que ya deberían estar maduras, se encontraba con que sólo quedaban las del tope del árbol, las que no habíamos alcanzado nosotros.
No creo que ella se enojara, no me acuerdo de que lo haya hecho.
No muchos niños alcanzan las ciruelas de los árboles.
No sé, muchas veces, dónde comienzan los recuerdos y terminan los sueños de mi infancia.
En el patio de mi casa, mamá tenía plantadas zanahorias, té y había un árbol de ciruelas. Cuando queríamos un té, arrancábamos las hojas y las poníamos a hervir con agua. A veces yo me equivocaba, no sabía distinguir la hoja del té de los otros yuyos que tenía alrededor y que nunca supe para qué servían. Mamá tenía que salir al patio a buscar las hojas de té porque, de otra manera, nos íbamos a tomar una infusión de yuyo silvestre.
Me encantaba arrancar las zanahorias de la tierra para ver de qué tamaño estaban. Si no me parecían bonitas, las volvía a enterrar, esperando que mamá no se diera cuenta.
Cuando era temporada de ciruelas, me subía con mis hermanos al árbol para arrancarlas, las comíamos allí mismo, en el patio.
Cuando mamá salía a buscar las ciruelas, pensando que ya deberían estar maduras, se encontraba con que sólo quedaban las del tope del árbol, las que no habíamos alcanzado nosotros.
No creo que ella se enojara, no me acuerdo de que lo haya hecho.
No muchos niños alcanzan las ciruelas de los árboles.
miércoles, 20 de junio de 2007
Segundo Recuerdo
Neri no era mi tía, no era parte de mi familia por criterios genéticos ni gubernamentales. Llegaba todas las mañanas a mi casa, con un ánimo envidiable. Usaba unos anteojos que a mí me parecían demasiado grandes para sus ojos chiquitos.
Nos cuidaba a mis hermanos y a mí. Tenía autoridad para castigarnos y mandarnos a dormir la siesta, eso lo teníamos claro. Sin embargo no recuerdo que lo haya hecho nunca.
Neri tenía una piel bien blanca y el pelo negro, yo creía que podía ser la hermana de Blancanieves. Siempre olía a jabón, cuando tuve edad entendí que era porque también se dedicaba a lavar ropa para otras personas. Como Blancanieves, Neri no tenía mamá, la criaba una tía.
A mi hermano de cuatro años le encantaba la leche, se tomaba casi un litro al día, además de comer bien. Mamá decía que era demasiado. Mi hermano le decía "me querés matar de hambre". Neri que no pudo tomar suficiente leche cuando era niña, no se la iba a negar jamás a mi hermano aunque fuera demasiado.
Como mucha gente de provincia, se conocía de memoria refranes del "Martín Fierro" y cuando mi hermana y yo armábamos esas trifulcas épicas por culpa de alguna muñeca, nos decía:
Que los hermanos sean unidos,
Porque esa es la ley primera,
que si los hermanos se pelean,
los devoran los de afuera.
No sé si Neri aprendió a leer alguna vez.
Mi mamá se sentaba a tomar mate o café con ella. Mi mamá era la que muchas veces hacía el café, a Neri le gustaba el mate. El mate con azúcar ayuda a que uno sienta menos el hambre. En las telenovelas mexicanas que veía a escondidas de mis papás, las sirvientas siempre servían a los señores y jamas se sentaban en la misma mesa. Por eso nunca se me ocurrió que Neri fuera una empleada de nosotros.
A veces veía cuando mi mamá le pagaba, pero yo sabía que Neri no cobraba extra por querernos.
Cuando nos fuimos de Argentina, Neri se quedó en nuestra casa, ella y su tía se quedaban sin dónde vivir por esa época.
Cuando murió, yo no sabía que sentir. Había bloqueado muchos recuerdos para no extrañar. A veces me chispoteaba extrañar un poquito y me sentía culpable; aquí estábamos bien. Cuando me dijeron que había muerto, me sentí culpable por no haberla extrañado hasta ese día.
Gracias a Neri, sin haber leído el Martín Fierro, sé...
...que los hermanos sean unidos...
Nos cuidaba a mis hermanos y a mí. Tenía autoridad para castigarnos y mandarnos a dormir la siesta, eso lo teníamos claro. Sin embargo no recuerdo que lo haya hecho nunca.
Neri tenía una piel bien blanca y el pelo negro, yo creía que podía ser la hermana de Blancanieves. Siempre olía a jabón, cuando tuve edad entendí que era porque también se dedicaba a lavar ropa para otras personas. Como Blancanieves, Neri no tenía mamá, la criaba una tía.
A mi hermano de cuatro años le encantaba la leche, se tomaba casi un litro al día, además de comer bien. Mamá decía que era demasiado. Mi hermano le decía "me querés matar de hambre". Neri que no pudo tomar suficiente leche cuando era niña, no se la iba a negar jamás a mi hermano aunque fuera demasiado.
Como mucha gente de provincia, se conocía de memoria refranes del "Martín Fierro" y cuando mi hermana y yo armábamos esas trifulcas épicas por culpa de alguna muñeca, nos decía:
Que los hermanos sean unidos,
Porque esa es la ley primera,
que si los hermanos se pelean,
los devoran los de afuera.
No sé si Neri aprendió a leer alguna vez.
Mi mamá se sentaba a tomar mate o café con ella. Mi mamá era la que muchas veces hacía el café, a Neri le gustaba el mate. El mate con azúcar ayuda a que uno sienta menos el hambre. En las telenovelas mexicanas que veía a escondidas de mis papás, las sirvientas siempre servían a los señores y jamas se sentaban en la misma mesa. Por eso nunca se me ocurrió que Neri fuera una empleada de nosotros.
A veces veía cuando mi mamá le pagaba, pero yo sabía que Neri no cobraba extra por querernos.
Cuando nos fuimos de Argentina, Neri se quedó en nuestra casa, ella y su tía se quedaban sin dónde vivir por esa época.
Cuando murió, yo no sabía que sentir. Había bloqueado muchos recuerdos para no extrañar. A veces me chispoteaba extrañar un poquito y me sentía culpable; aquí estábamos bien. Cuando me dijeron que había muerto, me sentí culpable por no haberla extrañado hasta ese día.
Gracias a Neri, sin haber leído el Martín Fierro, sé...
...que los hermanos sean unidos...
lunes, 11 de junio de 2007
Primer Recuerdo
Quiero contarme mis recuerdos, antes de que se me olviden:
Las veredas de mi provincia son distintas. Parecen el piso de una casa inmensa. Tienen un color entre marrón y mostaza hecho de losas pequeñas. En otoño caen de los árboles unas flores que sueltan un polvo amarillento, luego oscuro. Las mujeres barren las veredas por la tarde, después de dormir la siesta.
El Sol de la siesta también es diferente, se cuela mañoso entre las persianas como si él también tuviera sueño. Uno sólo siente ganas de quedarse tomando mate.
El mate sabe amargo, como un té bien cargado. lo primero que se siente es el agua caliente en la punta de la lengua con ese sabor a yerba amarga que tarde o temprano termina por gustarle a uno. El sabor del mate es como estar mirando la tierra, olerla, tocarla. El olor del mate es estar sentada junto a mis tías, por la tardecita, después de la siesta, hablando en voz baja para no despertar a los que todavía duermen. El sonido del mate es el de la provincia tranquila, los autos guardados, la gente en su casa. Es el sonido de pasarse la tarde conversando, con el televisor apagado, la radio apagada. El color del mate es como el sol que se cuela para recordarte que todavía es de día. El día es más largo y de repente te parece haber estado allí por años, tomando mate.
La tarde huele a un pedazo de pan puesto a tostar, cubierto con dulce de leche.
Así se me iban los días, después de la siesta, el día se me escapaba tomando mate, hablando con las tías, con los primos. Mis tíos siempre aprovechan para dormir un poquito más de siesta, mientras las tías conversan con las sobrinas llegadas de afuera.
Los chicos van al cyber, a jugar, a conversar, a correr, a boludear un poco porque para eso son chicos.
Mi tía ceba el mate mientras me cuenta historias que ha acumulado toda la vida, su fe, sus supersticiones, sus alegrías, algunas penas.
¿Será que la gente de provincia tiene menos penas? ¿Que las afrontan mejor? ¿que no se sienten morir todos los días porque no viven metidos dentro de cajas categóricas?
Una de mis tías aprovecha para leer mientras los chicos duermen siesta. Se toma un mate, o un café, lo que sienta ganas de tomar. Vive. Mi tía sabe que uno sufre todos los días, se preocupa todos los días y también puede tomar mate todos los días.
Mis primos se despiertan y juegan, toman la merienda, hacen los deberes de la escuela, se ríen. No hay mucha televisión que ver así que no se pelean por cambiar el canal.
Los más grandes salen, se juntan con los compañeros de curso o los amigos del barrio, conversan, se hacen los grandes. Cuentan cuentos, a lo mejor no son verdad y, ¿a quién le importa?
En la calle venden praliné caliente. Toda la avenida Libertador huele a praliné caliente y gente recién despierta que va de vuelta al trabajo después de hacer siesta.
Algún chico seguramente compra un alfajor en el kiosco de la esquina. La gente se encuentra en las veredas, conversa. Llega un ómnibus y se despiden. El que va a pie sigue caminando.
En la esquina, un tipo vende medias, fósforos, guantes, porta-DNI y algún otro cachivache inservible que la gente ignora mientas camina.
Alguna señora va a la carnicería.
En la plaza frente a la catedral, los hippies venden bufandas de lana que tejieron a mano, pulsera, collares, aros que hicieron ellos mismos. Todos acomodados sobre alguna tela. Toda la plaza 25 de mayo es una improvisada feria artesanal. Si uno levanta la vista, la cordillera gris se impone detrás de los edificios y los árboles.
Por la tarde, La calle también huele a panadería. Facturas recién sacadas del horno mientras las señoras hacen fila en la caja. Las compran por docenas para llevarlas a casa de una amiga, de un hijo, de los nietos; las invitaron a tomar mate.
En la plaza algún estudiante melenudo ha sacado la guitarra y toca canciones por un par de pesos o para entretener a los amigos.
En un café dos señores piden al mozo que les traiga un café. Conversan en voz alta, saludan a otro que va llegando. Se sienta también a la mesa, se cuentan novedades, o lo mismo de siempre; la economía, el presidente, los diputados, el fútbol, River y Boca, el mundial, las noticias del flaco Gómez que vive en España, el fútbol, los maestros, los hijos.
En el cyber, mi primo compra una Coca-Cola y pide vasos. le convida a los amigos, hacen una fiesta con un poco de gasesosa.
En la peatonal, frente a las tiendas, la gente pasa, se reconoce, se saluda, sigue.
Yo estoy mirándolos a todos, sorprendida, han pasado quince años, pero me acuerdo. No ha cambiado. Camino yo también por la peatonal, esperando que alguien me reconozca, me salude, pero no, quince años es mucho tiempo. Yo tampoco reconozco a nadie.
El Sol de la siesta también es diferente, se cuela mañoso entre las persianas como si él también tuviera sueño. Uno sólo siente ganas de quedarse tomando mate.
El mate sabe amargo, como un té bien cargado. lo primero que se siente es el agua caliente en la punta de la lengua con ese sabor a yerba amarga que tarde o temprano termina por gustarle a uno. El sabor del mate es como estar mirando la tierra, olerla, tocarla. El olor del mate es estar sentada junto a mis tías, por la tardecita, después de la siesta, hablando en voz baja para no despertar a los que todavía duermen. El sonido del mate es el de la provincia tranquila, los autos guardados, la gente en su casa. Es el sonido de pasarse la tarde conversando, con el televisor apagado, la radio apagada. El color del mate es como el sol que se cuela para recordarte que todavía es de día. El día es más largo y de repente te parece haber estado allí por años, tomando mate.
La tarde huele a un pedazo de pan puesto a tostar, cubierto con dulce de leche.
Así se me iban los días, después de la siesta, el día se me escapaba tomando mate, hablando con las tías, con los primos. Mis tíos siempre aprovechan para dormir un poquito más de siesta, mientras las tías conversan con las sobrinas llegadas de afuera.
Los chicos van al cyber, a jugar, a conversar, a correr, a boludear un poco porque para eso son chicos.
Mi tía ceba el mate mientras me cuenta historias que ha acumulado toda la vida, su fe, sus supersticiones, sus alegrías, algunas penas.
¿Será que la gente de provincia tiene menos penas? ¿Que las afrontan mejor? ¿que no se sienten morir todos los días porque no viven metidos dentro de cajas categóricas?
Una de mis tías aprovecha para leer mientras los chicos duermen siesta. Se toma un mate, o un café, lo que sienta ganas de tomar. Vive. Mi tía sabe que uno sufre todos los días, se preocupa todos los días y también puede tomar mate todos los días.
Mis primos se despiertan y juegan, toman la merienda, hacen los deberes de la escuela, se ríen. No hay mucha televisión que ver así que no se pelean por cambiar el canal.
Los más grandes salen, se juntan con los compañeros de curso o los amigos del barrio, conversan, se hacen los grandes. Cuentan cuentos, a lo mejor no son verdad y, ¿a quién le importa?
En la calle venden praliné caliente. Toda la avenida Libertador huele a praliné caliente y gente recién despierta que va de vuelta al trabajo después de hacer siesta.
Algún chico seguramente compra un alfajor en el kiosco de la esquina. La gente se encuentra en las veredas, conversa. Llega un ómnibus y se despiden. El que va a pie sigue caminando.
En la esquina, un tipo vende medias, fósforos, guantes, porta-DNI y algún otro cachivache inservible que la gente ignora mientas camina.
Alguna señora va a la carnicería.
En la plaza frente a la catedral, los hippies venden bufandas de lana que tejieron a mano, pulsera, collares, aros que hicieron ellos mismos. Todos acomodados sobre alguna tela. Toda la plaza 25 de mayo es una improvisada feria artesanal. Si uno levanta la vista, la cordillera gris se impone detrás de los edificios y los árboles.
Por la tarde, La calle también huele a panadería. Facturas recién sacadas del horno mientras las señoras hacen fila en la caja. Las compran por docenas para llevarlas a casa de una amiga, de un hijo, de los nietos; las invitaron a tomar mate.
En la plaza algún estudiante melenudo ha sacado la guitarra y toca canciones por un par de pesos o para entretener a los amigos.
En un café dos señores piden al mozo que les traiga un café. Conversan en voz alta, saludan a otro que va llegando. Se sienta también a la mesa, se cuentan novedades, o lo mismo de siempre; la economía, el presidente, los diputados, el fútbol, River y Boca, el mundial, las noticias del flaco Gómez que vive en España, el fútbol, los maestros, los hijos.
En el cyber, mi primo compra una Coca-Cola y pide vasos. le convida a los amigos, hacen una fiesta con un poco de gasesosa.
En la peatonal, frente a las tiendas, la gente pasa, se reconoce, se saluda, sigue.
Yo estoy mirándolos a todos, sorprendida, han pasado quince años, pero me acuerdo. No ha cambiado. Camino yo también por la peatonal, esperando que alguien me reconozca, me salude, pero no, quince años es mucho tiempo. Yo tampoco reconozco a nadie.
miércoles, 6 de junio de 2007
¿Y, si la vida fuera una mentira?
¿Y si la vida fuera una mentira que nos contamos a nosotros mismos porque tenemos miedo?
El rock, el pop , la televisión, el cine, la radio, el carro, el trabajo; toda nuestra vida metida en cajitas con categorías convenientes.
Todos los días iguales, uno detrás del otro, todos sazonados con un cinismo dulce que pretende ser honesto.
La apatía nos entretiene.
Y somos todos iguales, mirando el cielo o el infierno, esperando una respuesta.
Mientras Paris está en la cárcel, Angelina salva al mundo, Messi anota un gol y el mundo se termina de ir a la mierda, yo espero, sentada frente a una computadora, que me traigan un café.
El rock, el pop , la televisión, el cine, la radio, el carro, el trabajo; toda nuestra vida metida en cajitas con categorías convenientes.
Todos los días iguales, uno detrás del otro, todos sazonados con un cinismo dulce que pretende ser honesto.
La apatía nos entretiene.
Y somos todos iguales, mirando el cielo o el infierno, esperando una respuesta.
Mientras Paris está en la cárcel, Angelina salva al mundo, Messi anota un gol y el mundo se termina de ir a la mierda, yo espero, sentada frente a una computadora, que me traigan un café.
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