El lenguaje corporal de las personas es verdaderamente sorprendente. Para ser una persona tan descuidada con respecto al propio—transparente como un cristal en cuanto a mis emociones—es sorprendente que note tanto el ajeno.
Estoy sentada en un Starbucks aprovechando las mini-vacaciones para adelantar mi tesis. Frente a mí observo a un muchacho con una actitud y lenguaje corporal muy inusual. Sentado en un pequeño sofá, tiene una postura envidiable, casi trinco, como si alguien le hubiera dicho toda la vida “siéntate derecho”. Con los codos apoyados sombre ambas piernas, sostiene un café en una mano y su celular en la otra. Está solo y mira a través de la ventana que da a la avenida. Casi juraría que espera a alguien. En un ambiente como el de Starbucks, es común ver gente en actitud relajada, echados contra un sofá, sin prisas ni expectativas. Este muchacho de postura envidiable no baja la guardia, no se reclina contra el sofá. Sería fácil de entender su postura si tuviera un interlocutor con el que requiere proximidad para comunicarse. Sin embargo su “seriedad” , por ponerle un nombre, me parece más una actitud de expectativa, está listo y dispuesto para levantarse del sofá en cualquier segundo para recibir algo o a alguien. Su pose y lenguaje corporal me hacen pensar en gente de otra época que trataban a toda hora de conducirse con propiedad y solemnidad. Nosotros somos más una generación de “dejarse llevar”, relajados e inconmovible frente a las corrientes de la vida. Este muchacho de postura envidiable es una ente anacrónico de nuestros tiempos. Finalmente entra un hombre de traje y lo saluda con un apretón de manos.
Entrevista de trabajo, lo explica todo.
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