viernes, 15 de abril de 2011

El precio de ser Guaynabita

Ok, por qué no admitirlo, soy una Guaynabita. Con todas las implicaciones peyorativas que pueda tener el término, pertenezco a un porcentaje de la población de la isla que está consistentemente enajenada de lo que ocurre con el "otro"mundo. Entiéndase la gente que vive del mantengo gubernamental. Para mí es impensable que una familia se sostenga económicamente sin que ninguno de los adultos de la misma trabaje. Ayer tuve un "reality check"--en buen castellano. Soy una de esas personas ingenuas que creen verdaderamente en que las ayudas sociales provistas por el gobierno son necesarias. Suelo imaginarme a una madre soltera agobiada por la tarea de superarse mientras cría a sus hijos; pienso también en un padre que pueda haber perdido su trabajo, en un joven que necesita la ayuda del gobierno mientras estudia una profesión--léase profesión, no oficio. Y cada vez que entra al foro público el tema de los mantenidos del país, soy de las que suele opinar que aunque hay un porcentaje de gente que abusa de dichas ayudas, la mayoría las necesita verdaderamente. Sí, soy tal vez una inocente guaynabita. Cada vez que recibo mi talonario de pago, miro el porcentaje retirado para los impuestos. Me consuelo pensando que aunque un gran porcentaje se pierda, algo, algún centavo llega a las manos de alguien menos afortunado, que no ha tenido la misma suerte que yo. Tengo una querida amiga, mayor que yo, que vive en un condominio que se ha invadido en los últimos años por inquilinos del Plan 8. La idea de gente que no quiera trabajar, me es inconcebible. Entiendo el no poder trabajar, el no encontrar trabajo, pero el no querer sentir el orgullo de recibir un cheque con el propio nombre, donde consta que uno hizo algo productivo con los últimos 15 días de su vida, eso no lo entiendo. Mi amiga dice que es la mentalidad del colonizado. Yo le llamo de otra manera: demagogia. Tener cientos, miles de votantes, contentos y relativamente cómodos, es una garantía electoral. También es una garantía para las empresas privadas que se hacen cargo de la administración de esas ayudas. Si la gente que vive en un edificio, no ha pagado por la renta, por las cuotas de mantenimiento, es menos probable que exijan que se pinte un edificio o que se establezca mejor seguridad en el mismo. La ausencia de un sentido de pertenencia, le da carta blanca al poderoso para disponer y hacer con aquello que en realidad no es de su propiedad. Estamos alimentando al sistema; estamos dándole abono a la enfermedad en el sistema. Y los que estamos enajenados no protestamos tampoco, nos quejamos, eso sí. Convocamos improvisadas tertulias en los lugares más sorprendentes (bancos, filas en oficinas de gobierno, consultorios médicos) y despotricamos contra el gobierno y contra los mantenidos. Organizamos foros académicos para analizar y descuartizar el problema. Nos quejamos, nos quejamos, nos quejamos... y allí se queda la historia. Porque en el siguiente año electoral, se reivindica esta mierda. Me dolería profundamente que se eliminaran por completo esas ayudas, porque para muchos sí son necesarias. Según la antropología, las comunidades civilizadas comenzaron a existir cuando los miembros jóvenes y saludables de la comunidad asumieron un deber hacía los desvalidos y enfermos. Por lo tanto, un sistema político sin medios para ayudar AL QUE DE VERDAD NECESITA AYUDA, para mí es impensable. Es un problema de administración, un problema institucional y conveniente para comprar votos. Por lo tanto, inamovible. Así que ante la incapacidad de cambio... me voy a enajenar de nuevo. Me voy a sentar en un Starbucks de Guaynabo, a tomarme un Peppermint Mocha, escribiré mis frustraciones en un blog con aspiraciones y pretensiones literarias a esperar que alguien más solucione el problema. ¿Porque, qué más puedo hacer?

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