lunes, 21 de mayo de 2007

Posibilidades

Acariciaba el pelaje del gatito mientras meditaba si sería mejor decapitarlo así nomás o desollarlo antes para que la sangre no se mezclara con los pelos. Sería la tinta perfecta para su carta. Lucrecia no se daría cuenta de la diferencia entre la tinta barata de un bolígrafo rojo y esta tinta artesanal extraída con el único propósito de llegar a sus manos.
Miraba al pequeño animal, enrollado durmiendo en su regazo, el inocente descansaba ignorando que dentro de poco adornaría las líneas de una página. La pastilla que le vendieron en el veterinario había funcionado; estaba completamente inerte, como listo para una operación.
El pobre miserable había estado rondando el departamento la noche anterior. Al fin y al cabo Joaquín le haría un favor, no sentiría llegar la muerte. En la calle moriría de hambre o atacado por un perro rabioso.
Mientras se dirigía a la cocina, el verdugo miraba a su víctima recordando todos los indefensos gatitos de su juventud. Cuando tenía cinco años encontró uno en el patio del colegio. Se lo llevó hasta el lúgubre apartamento donde vivía con su padre viudo. Joaquín tuvo cuidado de no decirle a su padre lo que llevaba en la lonchera con tanto cuidado. Desde la muerte de su esposa, el padre no le prestaba demasiada atención a nadie, a menos que hablaran de ella. Cuando finalmente se encerró en su despacho de donde su hijo sabía que no saldría en horas.
El infante se sentía asombrado de tener una vida frágil en sus manos. Las posibilidades lo abrumaban, ¿qué hacer con él? ¿Alimentarlo? Debía tener hambre y sin embargo a Joaquín no le mortificaba la idea de un animalito hambriento.
Fue entonces que vio el balcón de ese departamento deprimente. Estaban en el séptimo piso, si no pasaba nadie por la vereda no sabrían que había sido él. Dejó las puertas de cristal abiertas para meterse de nuevo al departamento corriendo en caso de que alguien saliera. Sosteniendo al animalucho por las patas delanteras, lo miró desesperarse, sacar las uñas y tratar de arañarlo. Todo fue muy rápido. En cuestión de segundos, solo quedaba una mancha roja en la acera. Entró tranquilo nuevamente al departamento que compartía con la sombra del que alguna vez fue su padre. Joaquín comprendió que no había sentido ningún remordimiento ni compasión por ese animal miserable. Sonrió.
Esa misma sonrisa lo acompañaba mientras cerraba las puertas que conectaban la cocina con el ambiente principal de su departamento. La nueva víctima se encontraba ya en el fregadero.
Al cabo de dos horas salió completamente sudado de la cocina. Un fuerte olor a cloro se podía percibir en esa cocina inmaculada. Traía una pequeña bolsa de basura en las manos. Salió al pasillo del edificio y la echó por el conducto de desperdicios. Al entrar nuevamente a su estéril departamento, se dirigió a darse un baño. Ya limpio y arreglado fue a sentarse en su escritorio El apartamento D, piso 2 del número 348 de la calle Gloria no es muy espacioso. Casi se podría calificar de estudio. El inmueble está pobremente adornado con una austeridad extrema. En una esquina de la habitación principal, que sirve como comedor y sala, hay un simple escritorio de madera contra la pared en la cual se encuentra la ventana principal del apartamento.
Bajo la esquina izquierda del escritorio hay una tabla de madera, una parte falsa del piso que en lugar de estar asegurada con clavos tiene dos tornillos que permiten removerla y volverla a asegurar. Debajo de esta tabla falsa se encuentra una caja de metal que contiene fotos nítidamente organizadas y cuadernos envueltos en plástico.
En las paredes hay unos cuantos cuadros que no dicen nada importante. Un armario espacioso está inmediatamente al lado de la puerta de entrada, en la esquina transversal al escritorio. Por la cerradura de ese armario se puede ver la mayor parte del ambiente principal. La cocina y el dormitorio ocupan apenas el espacio de rigor para llamarse habitaciones. Un sofá de comodidad cuestionable se encuentra en la esquina contraria al escritorio.
Difícilmente se podría calificar este sitio como un hogar. Los interiores del armario resultan más acogedores y cómodos que el resto del lugar.
Recordaba las fotos que estaban allí escondidas mientras escribía con una letra inteligente. Sonreía con la comisura izquierda de la boca, el único gesto verdaderamente perverso que se permitía demostrar. Sonreía imaginándose el día en que sus diarios fueran descubiertos. Estaban escritos claramente, envueltos de tal manera que el paso de los húmedos años no perturbase su genialidad encapsulada para el futuro. Un futuro en el cual se entendería a seres con un intelecto como el suyo.
Para Joaquín la sociedad es un parásito del cual la conciencia es un estado impuesto por un falso sentido de culpa. Yo soy libre, no siento culpa. Así atestiguaba uno de sus diarios. Esos tratados teóricos de la perversidad. Sabía que tarde o temprano, la sociedad avanzaría lo suficiente como para reconocer en hombres como él, la perfección de la estrategia. El frasco con el líquido rojo que servía para llenar su pluma fuente hecha especialmente para él. Una de las pocas cosas que le producía placer era sentir el ruido de la hoja de metal del la pluma contra el papel. Es el sonido del conocimiento y la crueldad de los siglos se decía a sí mismo las horas que se sentaba a escribir.
A Lucrecia le encantaría saber de qué está hecha la tinta. Pero todavía no está lista, demasiado contaminada de culpas y conciencias falsas. Tarde o temprano terminaré de prepararla. Es lo suficientemente inteligente para entender.
Las fotografías de la que era ahora su novia estaban guardadas en la preciosa caja de metal debajo del piso. No las fotos que ella conocía, las otras. Eran testigos de que él era quien la había elegido. Antes de intercambiar una palabra con ella. Había una foto de ella con Mauricio. Había sido una suerte que ella lo encontrara drogado con una prostituta en su cama. Era un final apropiado para un noviazgo que le resultaba molesto al, en ese momento, futuro novio de Lucrecia.
Había una foto del día en que Lucrecia habló con Joaquín por primera vez, cuando todavía se desvestía sola por las noches, antes de invitarlo a él a desvestirse con ella. La preparación de Lucrecia para conocerlo había sido extensa, aunque ella no lo sabía. Él tenía que asegurarse primero de que ella era la indicada para compartir su grandeza.
Calculaba cada palabra para asegurarse de recibir la reacción indicada. La tinta roja tardaba un poco más de lo normal en secarse, lo que le daba la oportunidad de detenerse a pensar bien cada palabra. Miraba el resto del papel en blanco, lo abrumaban las posibilidades. Firmó con letra todavía más clara y abierta. Había leído en un libro de psicología que el manuscrito de letras abiertas y definidas demostraba una personalidad honesta y confiable. Tenía once años y había decidido cambiar su caligrafía de manera que ni el más hábil grafólogo pudiese rastrear su naturaleza.
Dobló cuidadosamente la carta en tres partes y la puso sobre la sobria mesa de la sala, sobre el papel colocó una rosa roja que sacó de la cocina, que todavía olía a cloro. De un gabinete extrajo un desodorante ambiental para disimular el hedor de muerte encubierta. De todas maneras la situación justificará el exceso de pulcritud.
Se acercaba la hora y era necesario que todo estuviese listo. Se había comunicado por teléfono con ella para decirle que la esperaba a las ocho en punto. Ella sabía la importancia de llegar a tiempo a casa de Joaquín. Peor que una diatriba ceremoniosa sobre la importancia de la puntualidad, el actuaba con gestos heridos y comprensivos que la hacían sentirse culpable. Manejaba la culpa con destreza, algún día sus manuales de la manipulación social serían comprendidos por sociedades más aptas. Pero él ya sería polvo debajo de la tierra. Estaba resignado a que sería un genio para las generaciones futuras.
Cuando todo estuvo listo se encerró en el armario desde cuya cerradura podía ver casi todo el ambiente principal del departamento. Era el lugar más cómodo de su vivienda según él. Inclusive a Lucrecia ya le gustaba hacer el amor allí adentro con el olor de abrigos viejos y químicos secos de lavandería. La primera vez le pareció intensamente seductora esa excentricidad. Luego se dio cuenta de que él era mejor amante adentro del armario que en la cama.
El resto del cortejo había sido un manual de procedimientos para enamorar a una mujer. Las rosas, las cartas, los juegos y entonces las noches donde hacia que ella sintiera la dulzura persuasiva de la muerte subirle por las entrañas.
Miraba por el ojo de la cerradura esperando que ella llegara. Se relamía pensando en su expresión cuando leyera la carta. Su futuro, su verdadero futuro comenzaba esta noche y ella no se lo sospechaba. Se sentía excitado pensando en lo que les esperaba, los juegos, los seguimientos clandestinos habían llegado a su fin.
Sintió dos golpes en la puerta. Luego vio por el ojo de la cerradura como la puerta principal se abría. Reconoció la camisa verde que marcaba su cintura, una falda negra corta y esas botas. Muchas veces Joaquín se había preguntado si sería sencillo matar a alguien con el tacón de una de esas botas.
Podía ver con limitación como miraba alrededor del departamento buscándolo. No se daba cuenta de la rosa y la carta sobre la mesa. Cuando finalmente ella se acercó a la mesa, Joaquín podía sentir a sangre recorriéndole las venas con locura. Vio sus dedos delicados acariciar los dobleces del papel y leer. Podía ahora ver los ojos verdes de Lucrecia pasearse por las líneas con un gesto de asombro e incredulidad.
Decidió salir y revelar su presencia. Al ver la puerta del armario abrirse, ella sintió como un frío indescriptible se apoderaba de su persona. Él habló primero.
-¿Entonces?
- Sí. Me quiero casar contigo-inmediatamente se abalanzó sobre él, dirigiéndolo al armario, con claras intenciones de celebrar su compromiso. Mientras ella le desabotonaba la camisa, Joaquín sonreía con la comisura izquierda de la boca, sin que su novia lo pudiera ver.

3 comentarios:

Unknown dijo...

una pregunta, cuando te imaginaste el gatito... como te lo imaginaste? negro y blanco no, verdad??? VERDAD?

Anahí dijo...

Hermanita, me parece que te estas poniendo un poco paranóica, yo jamas sería capaz de hacerle nada a Nemo. Ademas si queres saber algo gracioso, a los tres días de haber terminado de escribir este cuento apareció Goti en casa.

Unknown dijo...

ahhhhhhhhh entonces el cuento esta mas bien relacionado congoti. eso me de un poco de tranquilidad, pero no del todo, BESO hermanita

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