martes, 22 de mayo de 2007

Confesiones

Al principio, mis compañeros no podían creer lo que les contaba. Yo mismo tenía dudas sobre la veracidad de lo que me había ocurrido. Resolver un crimen de hace cincuenta años no era precisamente mi sueño como detective pero por ello me ofrecieron un ascenso de rango.
Cuando la señora Carpenti me llamó diciendo que sabía dónde se encontraba el cuerpo de su hermana pensé que era un delirio demente de vieja aburrida. Pero el expediente del caso indicaba que nunca se recobró el cuerpo de la víctima. Seguía siendo considerado un caso de secuestro. Sólo se había encontrado un abrigo manchado de sangre que le pertenecía a la desaparecida. Era un caso bastante común, un violador que había secuestrado a una muchacha joven que nunca volvió a ser vista. El sospechoso siempre negó los cargos, aunque el abrigo se encontró en su auto. La hermana testificó que lo había visto rondando la casa donde vivían ambas con sus padres. El pobre imbécil murió en la cárcel condenado por secuestro y acuchillado por su compañero de celda. Todo el mundo estaba seguro de que él la había matado y se había deshecho del cadáver en algún rió o en el mar, el sospechoso era aficionado a la pesca y tenía un bote. También tenía un historial de violación.
Siendo un novato en homicidios me tocaban esos trabajos aburridos como ir a escuchar historias fantásticas de viejitas que ven asesinos en todas partes. Por teléfono me había dicho que había recordado algo que revelaba el paradero de su difunta hermana (difunta dicha con todo ese protocolo de señora mayor). Mi superior se reía maliciosamente cuando salí de la estación esa mañana a emprender mi primera investigación de homicidio.
Nos habían enseñado que ante todo teníamos que ser respetuosos del dolor que sufren las familias de las víctimas. Iba preparado para asentir con la cabeza y hacer anotaciones inútiles en mi libretita nueva (la emoción de ser recién nombrado detective). Llevaba memorizados los datos importantes del caso para no parecer un aprendiz. Ese día entendí que son cosas como esta las que me hicieron querer ser policía. Mas valía que me fuera bien, por poco mando a mi viejo al otro mundo cuando le dije que dejaba la escuela de arquitectura para ingresar en la academia.
La señora Carpenti me hizo sentar en una sala de esas que parecen haberse quedado congeladas en el tiempo. Mi profesor de historia de la arquitectura hubiese dicho que era un estilo neo gótico o algo por el estilo. Yo sólo sé que olía a encerrado (la verdad es que nunca he sido muy bueno para la arquitectura). Parecía que había una momia allí dentro, me empecé a imaginar los huesos de la hermana metidos en algún armario. La viejita trajo un café para mí y para ella, un té como con olor a almendras rancias, amargas.
Por poco le escupo todo el café cuando la escuché decir que ella había matado a su hermana.
- ¿No me cree usted?
- Perdóneme señora Carpenti pero, ¿qué fue lo que dijo?
-Que yo maté a mi querida hermana Laura hace cincuenta años.
-Me va a tener que disculpar pero …
- Es la verdad, permítame que le explique. Mi hermana se iba a casar con Raúl Carpenti, el amor de mi vida. ¿Va usted comprendiendo?
-Creo que sí –la dejé continuar porque francamente no entendía lo que estaba ocurriendo, eso sí, dejé inmediatamente de tomarme el café que me había servido la asesina senil. Comenzaba a verme tirado escupiendo sangre sobre la alfombra pero como ni cosquillas sentía, me quedé escuchándola y dejando que se incriminara.
- Mi hermana fue una de esas personas que tiene todo lo que los demás envidian. Yo nunca me parecí mucho a Laura. Pero no me importaba ser la hermana fea y tonta. Hasta el día que anunció su compromiso con mi querido Raúl. Usted debe entender que ese era el único hombre que me había interesado en la vida –comenzó a toser.- Perdóneme tengo la garganta un poco irritada. Le decía que yo tenía diecinueve años y él continuaba viéndome como a una niñita. Así que maté a mi hermana, puse el abrigo blanco manchado con su sangre en el auto de un vecino que se murmuraba había matado a una niña –me pareció curioso porque en el expediente no mencionaba que el acusado hubiera matado nunca a nadie- ¿Usted se imagina lo poderoso que era el llanto desesperado de una niñita de diecinueve años acusando a un vecino siniestro en esa época? Puede despertar los miedos más oscuros de un pueblo mediocre. Nadie me cuestionó cuando dije haber visto a ese hombre siguiendo a mi hermana. Con respecto al novio, todos dijeron que nos había unido la tragedia –la vieja asesina comenzaba a agarrarse la cabeza como con dolor.- Hace ya seis años que murió mi querido Raúl y todavía lo extraño. Usted se preguntará por qué esta confesión cincuenta años después, ¿no es cierto? –yo no hubiese tenido la idea de preguntar nada a esas alturas.
-Sí, la verdad que sí.
- Hace unos meses mi médico me explicó cómo serían los últimos meses de mi enfermedad. Sobre la mesa de la cocina encontrará usted la explicación exacta de dónde se encuentran escondidos los restos de mi pobre Laura. Quiero que nos entierren el mismo día y en tumbas adyacentes. Voy a morir, ya es inevitable, no le ofrecí té porque no le hubiese gustado el sabor del cianuro, créame.
Cuando la ambulancia llegó ya estaba muerta. Nunca me enseñaron en la academia cómo contrarrestar un envenenamiento avanzado de cianuro. Mientras la miraba convulsionar sin saber qué hacer, me imaginé en el salón de clases discutiendo el Art-noveau y de repente me gustaba más esa idea que la de volver a escuchar confesiones de viejitas sicópatas.

2 comentarios:

Azul es la distancia... dijo...

Anahi...este cuento no lo habia leido........me dejas en ascuas....que le paso a la hermana

Unknown dijo...

Jajajaja no puedo creer!! ME CAUSO RISA!!!! me estas volviendo medio psycopata con tus cuentos! CLAP CLAP CLAP te felicito, pero como veo que se parecen un poco los cuentos a nuestras vidas, espero que esto no sea nada asi....

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