martes, 15 de junio de 2010

The Girl with the Dragon Tattoo


Es terrible pensar que a mis 28 años esta sea la primera película sueca que veo. A decir verdad, con toda candidez admito que la posibilidad de todo un mundo de cine autosuficiente en un país como Suecia era una idea--no impensable, porque nunca me la había planteado--sino más bien, oscura. Desconozco las reglas idiosincráticas del cine sueco.
Si esta película representa un digno ejemplo--lo cual no sé--ciertamente demuestra una mayor tolerancia a la violencia gráfica. Y dentro del mundo casi orgánico de lo que es la trama de una película, esa violencia--si bien excesiva--resulta necesaria para dar profundidad al enigmático personaje de la chica del tatuaje.
La película es terrible, con toda la variedad semántica que carga el adjetivo. Es terrible en la dimensión que es buena, que es violenta, que es lógica, al punto de convencer al espectador que toda esa violencia misogínica es necesaria para caracterizar el mundo contra el que lucha "Lisbeth".
Siendo una adaptación fílmica de una novela que no he leído, termino preguntándome qué tan fiel es a la obra de Stieg Larsson. Dentro de lo poco que sé, el mótivo del autor era un retrato de la misoginia de la que no sólo Lisbeth es víctima. Y Lisbeth como víctima es reveladora a falta de otro adjetivo. Su respuesta y venganza frente a la violencia que ha sufrido es tan fría, calculada y eficaz que uno termina comprendiendo y apoyando algo que no se puede describir más que como un acto de tortura.
Y esa venganza de cierta manera la libera para unirse al motivo principal de la trama. La violencia no es gratuita, es realista, directa, cruda como el mundo mismo.
Y si bien me costo mucho resistir las escena de violación y tortura, termino entendiendo su presencia y existencia. Si el cine es un arte que imita la vida, o la representa con matices, entonces The Girl with the Dragon Tattoo es violenta y cruel como la vida misma.
Mientras este capítulo de la trilogía póstuma de Larsson, Millenium, no rompe del todo con el cliché de los finales felices, permite que Lisbeth salga airosa de la nauseabunda realidad que la somete. Y más que la víctima deprimida, surge como una heroína que vive en la asquerosa realidad tomando las riendas de su venganza de la manera más práctica y funcional posible, llegando a alcanzar un cierto nivel de liberación personal--sin caer en lo cursi.
!Ciertamente espero ver más cine sueco en el futuro!

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